Crónica de una abanderada a los 89 años
Intéres General | 4 agosto, 2016
Emma Barraza se levanta antes de que cante el gallo. A los 89 años, se pone de pie sin ayuda. Apenas abre los ojos, apura sus cuarenta y pico de kilos repartidos en una figura diminuta que no llega al metro cincuenta. Parece frágil, pero es ágil, ligera. Después de tomar unos mates, sale al patio. El canto del gallo la suele sorprender contando sus gallinas. «Son 16», precisa. Sabe que si madruga demasiado el gallo la interrumpirá cuando cuente huevos. «Levanto dos docenas por día», dice, y reconoce que recién este año pudo hacer irrefutables sus cuentas.
El mes pasado, Emma sorprendió a su maestra con una docena de huevos del tamaño de un limón. María del Valle Cajes contuvo la emoción. No la conmovió tanto el gesto porque Emma suele ir a la escuela con caramelos o torta para convidar a los otros diez alumnos con los que comparte el aula en la Primaria de Adultos 701 de General Pinto. La «seño» Valle, como le dice Emma, notó que en esa docena había 12 huevos. «Emma aprendió a contar», se convenció. En clase la había visto contar, pero no le causó tanta satisfacción como ver la naturalidad con la que aplicaba lo aprendido en una tarea cotidiana.
Emma llegó a esa escuela pública bonaerense hace tres años. Era la primera vez en su vida que pisaba un aula. No sabía leer ni escribir. Era analfabeta, como muchos de los 70 alumnos que tiene la primaria de adultos de ese pueblo rural, que vive de las vacas y los cultivos, suma unos 6000 habitantes y está 350 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos Aires. Desde que la «seño» Valle la tomó como alumna, aprendió a escribir su nombre, reconoce las letras, copia textos, hace cuentas y sabe cuánto vale cada billete que recibe cuando cobra la jubilación mínima.
El 9 de julio, Emma estaba ansiosa por el desfile por el Bicentenario de la Independencia. Tardó en elegir una pollera marrón entre las treinta y pico que tiene. Se puso medias finas, un saco, aros y una cartera de cuero. Se acomodó los rulos con más cuidado. «Al abanderado lo eligen los alumnos. Y para ese desfile la eligieron a Emma», cuenta Rosana Cattólica, directora de la escuela.
Emma cargó la bandera unos metros y después se la dio a una compañera, pero permaneció como escolta durante las cinco cuadras de peregrinaje. Partieron de la comisaría, dieron la vuelta a la plaza y terminaron ante la municipalidad. «Pensé que nunca iba a llegar a la bandera», reconoce Emma, sin intención de darle más mérito que el que implica para cualquier alumno llegar a ser abanderado.
Es una alumna más entre los 67.000 que tienen las primarias de adultos de Buenos Aires. Y al mismo tiempo no lo es. Porque de ese universo de estudiantes que suelen tener más de 50 años Emma es la segunda alumna entre las de más edad de la provincia, apenas unos meses más joven que una abuela de Tres de Febrero, de 90 años.
Fuente: Diario La Nación.